Una historia para niños
Escuchala en audio:
Un criador vendía unos cachorros de perros de caza de mucho valor. Se disponía a pegar un aviso en la entrada de su propiedad, cuando un muchacho llamado Santiago se acercó a él con una gran sonrisa y le dijo:
—Señor, yo quisiera comprar un cachorro.
—Sí, muchacho; pero estos cachorros nacieron de padres distinguidos, y son muy costosos.
—Tengo treinta y nueve pesos —respondió el jovencito, agachando la cabeza —. ¿Es suficiente para mirarlos?
—¡Seguro! Sígueme.
El criador silbó y llamó: «¡Dolly! ¡Ven aquí, Dolly!» Entonces, Dolly salió de su caseta y descendió corriendo por el camino, seguida por cuatro graciosos cachorros que parecían balones cubiertos de pelo. Los ojos del niño brillaban de alegría.
Luego, otro «balón», muy pequeño y torpe, salió de la caseta y, renqueando, trataba de unirse a los demás, a duras penas. Ese cachorro, evidentemente, era el malogrado de la camada.
Santiago, con su rostro apoyado en la cerca, y al tiempo que señalaba al pequeño can enclenque, exclamó:
—¡Me gustaría ése!
—¡¿Cómo puede ser que te guste ese cachorro?! ¡Él nunca podrá correr como tú, ni jugar como tú desearías! —exclamó el hombre, mientras se agachaba a la altura del muchacho.
Antes de responder, Santiago se inclinó y, lentamente, arremangó una pierna de su pantalón. Una vara de acero descendía de cada lado de su pierna, fijadas a un zapato especialmente concebido para él.
—¿Ve usted, señor? —dijo el muchacho, mirando a los ojos del criador— Yo no puedo correr muy bien, y este cachorro necesita de alguien que lo comprenda.
¿Tienes tú a alguien que te comprenda? Es difícil hallarlo, ¿no es cierto?
¡Sin embargo, esa persona existe! No vive en la tierra, pero no podría estar más cerca. Comprende, sin que sea necesario hablarle, porque lee los pensamientos y lo que hay en el corazón. Y sufrió de tal manera en su cuerpo, en su corazón y en su espíritu, que puede comprender todos los dolores que existen en la tierra. Dicha Persona hace más que comprender; sí, siente lo que tú sientes, pues simpatiza y tiene compasión. ¿Sabes de quién te queremos hablar? Pues del Señor Jesús.
“El Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5:11).
Él puede “compadecerse de nuestras debilidades” (nuestras desventajas), porque “fue tentado (o probado) en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).
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